
Yin Yuzhen ha logrado que en el desierto del interior de Mongolia vuelva a llover y que las aves y las mariposas regresen. Crédito: Maren Haartje
De Maren Haartje*
Un milagro ha sucedido en el desierto del interior de Mongolia: lluve otra vez. No muy seguido, pero algo. Cuando se forman nubes oscuras y caen las primeras gotas de lluvia Yin Yuzhen es feliz. La lluvia es para ella la mejor prueba de qué bien hizo ella en emplear todas sus fuerzas en la reforestación del desierto. Desde hace 35 años, Yin Yuzhen y su marido han plantado ellos solos cientos de miles de árboles. Ahora ellos han logrado que en el desierto Ordos, que pasa a ser más adelante el desierto de Gobi, reverdezca un área de aproximadamente la extensión de Andorra.
Yin Yuzhen, de aproximadamente 55 años, es una sencilla campesina, que jamás ha aprendido a leer y escribir. Con 18 años, según cuenta, su padre la envió a casarse al desierto sin un árbol y casi sin habitantes. La población más cercana estaba a muchos días de marcha. Los primeros años fueron extremadamente duros. La pareja apenas sobrevivió en una minúscula choza subterránea en medio de las dunas de arena. El agua la proporcionaba un pequeño manantial y el marido de Yin tenía la tarea de juntar animales muertos en las lejanas poblaciones de los alrededores, lo que les proporcionaba una pequeña entrada de dinero y a veces también carne seca. No pocas veces Yin tuvo que preparar una comida a base de ratas muertas.
La huella de una persona – borrada por el viento
Algún tiempo después de su llegada, hace 35 años, cuenta Yin, vió a una persona en la lejanía entre las dunas: «Corrí espontáneamente tras de él». Al notar que ella lo seguía, empezó a correr aterrorizado –ella no lo alcanzó. Yin trajo la única cacerola de su casa y la volcó sobre la huella del pie. Ella miraba todos los días la huella, hasta que el viento la borró. Entonces ella quiso quitarse la vida, al igual que su marido.
Pero decidieron otra cosa, y se pusieron en camino hacia la próxima población, caminando días enteros sobre las dunas. Su único capital era la dote de boda de Yin y de este dinero compraron una vieja vaca, que tuvo un becerro. Yin lo vendió y del producto de la venta consiguió semillas de árboles y un plantón. Ya en su casa plantó el primer árbol frente a ella.
Desde entonces han creado en una extensión de 26 kms. de largo por 17 kms. de ancho, incontables oasis con árboles y arbustos, que ahora sólo falta comunicar uno con otro. Plantaron más de 100 diferentes clases de árboles y aprendieron cuales son los que mejor se dan y crecen. Cargaron su carreta de un burro con cubos de agua y regaron sus árboles en los oasis, esto sólo en la noche y en las primeras horas de la mañana, par que el preciado agua no se evaporase inmediatamente al sol.
Regresó la lluvia y con ella, mariposas y abejas
Primero llegó el rocío, luego la lluvia. En pequeñas superficies a la sombra de los árboles, Yin siembra hoy patatas (papa), maíz y raíces carnosas y cada ocho años también siembra sandías. La tierra es propiedad del estado, que Yin y su marido han arrendado. Han sustituido su choza subterránea por una casita de piedra. En un pedazo de tierra hasta crecen vides. Los insectos, las mariposas y las abejas regresan y con ellos llegan las aves.
Yin señala con señas el paisaje, narrando y narrando. Hoy no tienen ya ni burro ni carreta, pero en cambio tienen una cerda, dos vacas lecheras flacas y un pequeño rebaño de cabras, para que mantengan cortos determinados arbustos. Y varios pozos, con cuya agua riegan sus nuevos plantíos. Para las plantas más viejas es suficiente el rocío y la lluvia y los árboles más grandes penetran con sus raíces hasta el agua subterránea, que aquí no está a mucha profundidad.
Mucho tiempo nadie se interesó por el desierto, ya que las condiciones de vida son extremas: el invierno dura hasta 7 meses y la temperatura puede llegar a menos 30 grados, en el verano el termómetro sube hasta 45 a 50 grados. Sin embargo, desde hace algunos años, el gobierno fomenta la reforestación del desierto, ya que tienen interés en detener las dunas movedizas: nubes de arena vuelan sobre toda la región hasta Pekín, oscurecen el cielo y llenan de arena el suelo fértil. Por eso la familia ahora recibe una pequeña ayuda. Con el correr de los años, la pareja tuvo dos niños , acogieron a otros dos niños abandonados y eventualmente los llevaron a casa de los suegros de Yin, para que pudieran ir a la escuela.
Yin Yuzhen es una de las 1000 mujeres que en 2005 fueron nominadas para el Premio Nobel de la Paz en conjunto. Mientras tanto, agredida en su salud, ha plantado un bosquecillo de pinos para las 1000 mujeres por la paz al cual se retira cuando quiere recuperar fuerzas.
Y las autoridades los necesitan, ya que ellas ignoran su gran saber acerca de la duración y el sostenimiento. Por ejemplo, Yin hace ya mucho tiempo que no planta álamos. Aunque estos crecen rápico, consuen muchísima agua, quitan al suelo nutrientes y bajo sus techos de hojas, prácticamente no crece nada. A pesar de ello, el gobierno fomenta precisamente la siembra de álamos, porque necesitan madera que crezca rápidamente para la industria del papel. Cada vez más personas se establecen en el desierto, para que en un procedimiento rápido y mucha agua, cultiven álamos. A propósito de esto, nadie sabe cuanto tiempo durará todavía el agua del subsuelo, porque nadie ha medido el nivel del agua freática.
Probablemente pronto se agote, y con él, el programa y la gran inversión del gobierno para la reforestación.
En ocasiones las autoridades exigen que Yin firme cualquier documento. Un motivo de preocupación, ya que Yin todavía es analfabeta y no sabe lo que firma con eso, y aún así, logró hacer un milagro en el desierto.
*Maren Haartje fue responsable del programa de las Mil Mujeres por la Paz en el Mundo y visitó a Yin Yuzhen en el verano del 2009.